Ame a las personas con las que está clavado (parte2)

ame a las personas (1)

 

De todas las veces en que vemos las rodillas de Jesús dobladas, ninguna es más preciosa que cuando se arrodilló frente a sus discípulos y les lavó los pies.

Fue justo antes de la Pascua. Jesús sabía que su hora había llegado para dejar este mundo e ir al Padre. Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, les mostró el alcance pleno de su amor.

Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido ( Juan 13.1–5 ).

Había sido un día largo. Jerusalén estaba atiborrada con los que habían venido para celebrar la Pascua, la mayoría de los cuales anhelaban echar por lo menos un vistazo al Maestro. El sol de la primavera era cálido. Las calles estaban secas. Los discípulos se hallaban lejos de casa. Una buena rociada de agua fría sería refrescante.

Los discípulos entraron, uno por uno, y tomaron sus lugares alrededor de la mesa. En la pared cuelga una toalla, y en el suelo hay una jarra y una palangana. Cualquiera de los discípulos pudiera ofrecerse voluntariamente para hacer el trabajo, pero ninguno se ofrece.

Después de pocos momentos Jesús se levanta y se quita su túnica exterior. Se envuelve en la cintura el cinto del siervo, toma la palangana y se arrodilla frente a uno de los discípulos. Desata la correa de la sandalia, y con suavidad levanta el pie y lo coloca sobre la palangana, cubriéndolo con agua y empieza a lavarlo. Uno por uno, un pie sucio tras otro, Jesús avanza por la hilera.

En los días de Jesús lavar los pies era una tarea reservada no para los criados sino para el más bajo de los criados. Todo círculo tiene su propio orden, y el círculo de trabajadores domésticos no era la excepción. El siervo que se hallaba en el punto más bajo en la escala era el que tenía que arrodillarse con la toalla y la palangana.

En este caso el que estaba con la toalla y la palangana era el Rey del universo. Las manos que formaron las estrellas ahora lavaban la suciedad. Los dedos que formaron las montañas daban masajes a los dedos de los pies. Aquel ante quien todas las naciones un día doblarán las rodillas se arrodilla frente a sus discípulos. Horas antes de su muerte, la preocupación de Jesús es singular. Quiere que sus discípulos sepan cuánto los ama. Más que quitando suciedad, Jesús está quitando duda.

Jesús sabe lo que ocurrirá con sus manos en la crucifixión. En veinticuatro horas serán perforadas y quedarán sin vida. De todas las veces que esperaríamos que pidiera la atención de sus discípulos, sería esta. Pero no lo hace así.

Usted puede estar seguro de que Jesús conoce el futuro de los pies que está lavando. Estos veinticuatro pies no estarán al día siguiente siguiendo a su maestro, defendiendo su causa. Estos pies saldrán despavoridos buscando refugio a la vista de la espada romana. Solo un par de pies no lo abandonarán en el huerto. Solo un discípulo no lo abandonará en el Gestsemaní: ¡Judas ni siquiera llegaría a ese punto! Abandonaría a Jesús esa misma noche en la mesa.

Busqué una traducción de la Biblia que dijera: «Jesús les lavó los pies a todos los discípulos, excepto a Judas», pero no la encontré. ¡Qué momento más apasionado cuando Jesús en silencio levantó los pies del traidor y los lavó en la palangana! A las pocas horas los pies de Judas, limpios por la bondad de aquel a quien traiciona, estarían en el patio de Caifás.

¡Observe lo que Jesús les da a sus seguidores! Sabe lo que estos hombres están a punto de hacer. Sabe que están a punto de realizar uno de los actos más viles de sus vidas. A la mañana hundirán sus cabezas en vergüenza y mirarán a sus pies con disgusto. Cuando lo hagan, Él quiere que recuerden cómo se arrodilló ante ellos y les lavó los pies. Quiere que se den cuenta de que sus pies están limpios: «Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después» ( Juan 13.7 ).

Asombroso. Les perdonó su pecado antes de que lo hubieran cometido. Les ofreció misericordia incluso antes de que ellos la buscaran.

DE LA FUENTE DE SU GRACIA

Ah, yo nunca podría hacer eso , objeta usted. La herida es muy honda. Las heridas son muy numerosas. Tan solo de ver a esa persona hace que me encolerice . Tal vez ese es su problema. Tal vez usted está viendo a la persona equivocada, o por lo menos mucho de la persona equivocada. Recuerde: el secreto de ser como Jesús es «poner nuestros ojos» en Él. Trate de cambiar su mirada, alejándola de aquel que le hirió y fijando sus ojos en quien le salvó. Note la promesa de Juan: «Pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado» ( 1 Juan 1.7 ).

Aparte de la geografía y cronología, nuestra historia es la misma que la de los discípulos. No estuvimos en Jerusalén, ni estuvimos vivos esa noche. Pero lo que Jesús hizo por ellos, lo ha hecho por nosotros. Nos ha limpiado. Ha limpiado de pecado nuestros corazones.

Aun más, ¡todavía nos sigue limpiando! Juan nos dice: «Estamos siendo limpiados de todo pecado por la sangre de Jesús». En otras palabras, siempre estamos siendo limpiados . La limpieza no es una promesa para el futuro, sino una realidad en el presente. Si una mota de polvo cae en el alma de un santo, se la limpia. Si una mota de suciedad cae en el corazón de un hijo de Dios, esa suciedad es limpiada. Jesús todavía limpia los pies de sus discípulos. Jesús todavía lava las manchas. Jesús todavía purifica a las personas.

Nuestro Salvador se arrodilla y mira los actos más oscuros de nuestras vidas. Pero en lugar de retraerse con horror, se extiende en bondad y dice: «Yo puedo limpiarte, si lo quieres». De la fuente de su gracia toma a manos llenas su misericordia y lava nuestro pecado.

Pero eso no es todo. Debido a que vive en nosotros, usted y yo podemos hacer lo mismo. Porque Él nos ha perdonado, nosotros podemos perdonar a otros. Porque Él tiene un corazón perdonador, nosotros podemos tener un corazón que perdona. Podemos tener un corazón como el suyo.

«Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis» ( Juan 13.14–15 ).

Jesús lava nuestros pies por dos razones. La primera es darnos misericordia; la segunda es darnos un mensaje, y ese mensaje sencillamente es: Jesús ofrece gracia incondicional; nosotros debemos ofrecer gracia incondicional. La misericordia de Cristo precede nuestros errores; nuestra misericordia debe preceder las faltas de otros. Los que se hallaban en el círculo de Cristo no tuvieron duda de su amor; los que están en nuestros círculos no deben tener duda del nuestro.

¿Qué significa tener un corazón como el de Cristo? Quiere decir arrodillarnos como Jesús se arrodilló, tocar las partes más sucias de estas personas con las que estamos clavados y lavar con bondad su grosería. O, como Pablo escribió: «Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo» ( Efesios 4.32 ).

«Pero, Max», dirá usted, «yo no he hecho nada malo. Yo soy el que han engañado. No fui yo quien mintió. Yo no soy el culpable». Tal vez no lo sea. Pero Jesús tampoco lo fue. De todos los hombres en ese cuarto, solo uno era digno de que se le lavaran los pies; y fue Él quien lavó los pies de los demás. El que merecía que le sirvieran sirvió a los otros. Lo genial del ejemplo de Jesús es que el peso de establecer el puente recae sobre el fuerte, no sobre el débil. El inocente es quien debe hacer el gesto.

¿Sabe lo que ocurre? Con mayor frecuencia que no, si el que tiene razón se ofrece voluntariamente para lavar los pies del que ha hecho el mal, ambas partes se arrodillan. ¿Acaso no pensamos todos tener la razón? Por eso debemos lavarnos los pies unos a otros.

Por favor, entienda: Las relaciones no prosperan porque se castigue al culpable sino porque el inocente es misericordioso .

EL PODER DEL PERDÓN

Hace poco comí con unos amigos. Un matrimonio quería contarme de una tormenta por la que estaban pasando. Por toda una serie de eventos, ella se enteró de un acto de infidelidad que había ocurrido una década atrás. El esposo cometió el error de pensar que sería mejor no decírselo a la esposa; así que no se lo contó. Pero ella lo supo. Como usted puede imaginarse, ella quedó profundamente herida.

Mediante el consejo de un asesor, la pareja dejó todo lo que tenían entre manos, y se fueron por unos días. Tenían que tomar una decisión. ¿Huirían, lucharían o perdonarían? Así que oraron. Hablaron. Caminaron. Reflexionaron. En este caso la esposa tenía claramente la razón. Podía haberse ido. Hay mujeres que han hecho eso por razones menores. Podía haberse quedado y haberle hecho la vida un infierno. Otras mujeres lo han hecho. Pero ella escogió una respuesta diferente.

En la décima noche de su viaje, mi amigo encontró una tarjeta sobre su almohada. Tenía un verso impreso que decía: «Prefiero no hacer nada y estar junto a ti que hacer algo y estar sin ti». Debajo del verso ella había escrito lo siguiente:

Te perdono. Te quiero. Sigamos adelante.

La tarjeta bien pudiera haber sido una «palangana». La pluma bien pudo haber sido una jarra de agua, porque vertió misericordia, y con eso ella lavó los pies de su esposo.

Ciertos conflictos pueden resolverse solo con una palangana de agua. ¿Hay alguna relación en su mundo que tiene sed de misericordia? ¿Hay alguien sentado a su mesa que necesita que se le asegure de su gracia? Jesús se aseguró de que sus discípulos no dudaran de su amor. ¿Por qué no hace usted lo mismo?

Dios los ama a ustedes y los ha escogido para que pertenezcan a su pueblo. Vivan, pues, revestidos de verdadera compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. COLOSENSES 3.12 , VP

Max Lucado Como Jesús

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