Amor extravagante
La Incredulidad tiene hijos extraños:
- Había una señora que le horrorizaba volar. Después del vuelo, alguien le preguntó si se había puesto nerviosa. «No», contestó. «Nunca llegué a sentarme».
- Había una vez un rey que dejó a su siervo a cargo del castillo mientras hacía un viaje. El rey tenía un halcón. El siervo nunca había visto un halcón de modo que cuando vio al del rey, pensó que era una paloma deforme. Lleno de compasión por el pájaro, le cortó las garras y le limó el pico para que se pareciera más a una paloma.
- Había un apuesto príncipe que se enamoró de una plebeya. Como no era atractiva, no confiaba en su amor. —¿Cómo podrías amarme?—le decía—. No soy hermosa. No tengo riquezas. No tengo sangre real.—Sólo te amo—le respondía él. Le pidió que contrajeran matrimonio. Pero ella insistía en no creer en su amor; sin embargo, aceptó.—Me casaré contigo. Mantendré limpia tu casa y te prepararé la comida y tendré tus hijos.—Pero es que no me quiero casar contigo por lo que vas a hacer para mí. Me quiero casar contigo porque te amo.Y se casaron. Y ella le limpió la casa y tuvo sus hijos. Y él la amaba. Pero ella lo dejó. Le dijo a un amigo que creía que él la había dejado de amar.
Y así tenemos a tres personas. Tres personas que no podían creer.
Una mujer que nunca disfrutó el vuelo debido a que no confiaba en el avión. Un hombre que mutiló a un halcón porque nunca había visto uno. Y una mujer que perdió el amor de su vida debido a que trató de ganarse lo que él quería darle.
La incredulidad tiene hijos extraños. Hijos que son miserables en su viaje, ciegos a la belleza y despreocupados del romance de una vez en la vida con Dios. Hijos que nunca descansan plenamente en la palma de la mano de su gracia. Hijos que cortan y desgastan para siempre el esplendor de su amor. E hijos que oyen su declaración de amor, pero siempre buscan la letra pequeña en la agenda secreta.
Los sentimientos de estos hijos se captan en Juan 6:27–29 . Jesús empieza diciendo: «No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Esta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en Él». Jesús reduce el número de problemas de la vida a dos. O nos esforzamos por la comida que se echa a perder, o nos esforzamos por la que permanece. La comida que perece es todo lo temporal: logros, premios, aplausos … Cualquier objeto que permanece en la tumba es una comida que se corrompe.
Por otro lado, la comida que permanece es todo lo eterno. ¿Y cómo la conseguimos? Subrayo la promesa: «Esta es la comida que os dará el Hijo del Hombre». No tienes que comprarla, ni cambiarla por algo, ni ganártela. Es un regalo. Es como abordar el avión y sentarte. Es como desatar al halcón y verlo volar. Es como aceptar amor y disfrutarlo … Es sólo creer.
Pero los que lo escuchaban no lo entendieron. Observe esta pregunta: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?» ( Juan 6:28 ). Esa, mis amigos, es la pregunta de la incredulidad. «Sé que Él dijo la daría, pero hablando con sinceridad, ¿cómo vamos a pagar ese pan? ¿Cómo nos vamos a ganar esa comida?
¿Cuánto tiempo tenemos que permanecer esperando en la cafetería para conseguir la comida eterna?»
No entendieron bien. ¿No dijo Jesús: «Esta es la comida que os dará el Hijo del Hombre»?
Imagínate que paso por alto este punto contigo. Imagina que me haces un regalo. Vamos a decir que me regalas una corbata. La saco del envoltorio y la examino. Te doy las gracias y luego echo mano a mi billetera. Y te digo:
—Entonces, ¿cuánto te debo? Piensas que bromeo.
—Es un regalo—me dices—. ¡No tienes que pagarme nada!—Ah, ya entiendo—respondo.
Pero luego te pregunto:
—¿Quieres que te extienda un cheque?—y así te demuestro que no entendí nada.
Estás atónito.
—¡No quiero que me pagues nada! ¡Lo que quiero es que aceptes el regalo!
—Ah, ya veo—respondo—. Quizás podría hacer algún trabajo que tengas pendiente en tu casa, a cambio de la corbata.
—No me quieres entender—me dices con firmeza—. Quiero regalártela. Es un presente. No puedes comprar un presente.
—Ah, perdóname—me apresuro a decir—. ¿Qué te parece si te compro una corbata en retribución por el regalo?
A estas alturas de la conversación sientes que te estoy insultando. Al tratar de comprarte el regalo que me haces he menospreciado tu gesto.
Te he robado el gozo de dar. Cuán a menudo robamos a Dios.
¿Has pensado alguna vez cuán ofensivo es para Dios cuando tratamos de pagar su bondad? Dios ama al dador alegre porque Él es un dador alegre. Si nosotros, siendo malos, nos gozamos regalando, ¿cuánto más se alegrará Él? Si nosotros, como humanos, nos ofendemos cuando la gente quiere transformar nuestro regalo en un soborno,¿cuánto más Dios?
Dedica algunos momentos a leer con calma la respuesta de Jesús a esta pregunta: «¿Que debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?» ( Juan 6:28 ).
Jesús contestó: «La obra de Dios es …»
¿Puedes ver a la gente inclinándose para no perderse palabra, mientras sus mentes vuelan? «¿Cuál será la obra que quiere que hagamos? ¿Orar más? ¿Dar más? ¿Estudiar? ¿Viajar? ¿Memorizar la Torah? ¿Cuál será la obra que quiere?» Astuto el plan de Satanás. En lugar de tratar de alejarnos de la gracia, hace que dudemos de ella o que tratemos de ganárnosla … para que al final ni siquiera lleguemos a conocerla.
¿Cuál es, entonces, la obra que Dios quiere que hagamos? ¿Qué desea de nosotros? Que creamos, simplemente. Que creamos al que Él ha enviado. «La obra que Dios quiere que hagas es esta: Que creas en el que Él ha enviado».
Quizás alguien que lea esto mueva la cabeza y pregunte: «¿Dices que es posible ir al cielo sin buenas obras?» La respuesta es no. Las buenas obras son una exigencia. Alguien más acaso pregunte: «¿Dices que es posible ir al cielo sin un buen carácter?» De nuevo, mi respuesta es no.También se requiere un buen carácter. Para entrar al cielo uno debe tener buenas obras y buen carácter.
Pero, ay, tenemos un problema. Careces de ambas cosas.Ah, sí, has hecho algunas cosas buenas en tu vida. Pero no son lo suficiente buena como para entrar al cielo, a pesar de tu sacrificio. No importa cuán nobles sean tus regalos, no son suficientes para entrar al cielo.
Tampoco tienes suficiente buen carácter para entrar al cielo. Por favor, no quiero que te ofendas. (Y, de nuevo, oféndete si quieres.) A lo mejor eres una persona decente. Pero la decencia no es suficiente. Los que ven a Dios no son decentes; son santos. «Sin la santidad, nadie podrá ver al Señor» ( Hebreos 12:14 ).
Tú puedes ser decente. Puedes pagar los impuestos y besar a tus hijos y dormir con una conciencia limpia. Pero sin Cristo no eres santo. Entonces, ¿cómo puedes ir al cielo?Solamente creyendo. Acepta la obra ya hecha, la obra de Jesús en la cruz.Solamente creyendo.
Acepta la bondad de Jesucristo. Abandona tus buenas obras y acepta las de Él. Abandona tu propia decencia y acepta la de Él. Preséntate ante Dios en el nombre de Él, no en el nombre tuyo. «El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea será condenado» ( Marcos 16:16 ).
¿Tan simple? Así de sencillo. ¿Tan fácil? Nada fue fácil en todo ese proceso. La cruz era pesada, la sangre era real y el precio exorbitante.Pudo habernos dejado en la calle a ti y a mí, así es que Él pagó por nosotros. Di que es simple. Di que es un regalo.
Llámalo como lo que es. Llámalo gracia.
También tengo otras ovejas que no son de este redil: también a ellas debo traer. Ellas me obedecerán, y habrá un solo rebaño y un solo pastor. Juan 10:16
[Padre] te pido que todos estén completamente unidos[ …] yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno, y así el mundo sepa que tú me enviaste y que los amas como me amas a mí. Juan 17:21 , 23 .
Max Lucado (El Trueno Apacible)