Mira antes de etiquetar
Max Lucado “El trueno apacible”
Recientemente llevamos a nuestros niños de vacaciones a una ciudad histórica. Mientras hacíamos un recorrido por una antigua casa, seguíamos a una familia de la ciudad de Nueva York. No me dijeron que eran de allí. No tenían que hacerlo. Te lo aseguro. Vestían ropa de Nueva York. Su adolescente tenía un lado de la cabeza rapada y en la otra mitad el pelo le caía hasta más abajo de los hombros. La hija vestía una ropa tipo túnica y grandes adornos. La madre lucía como si hubiera tomado por asalto el guardarropa de la hija y el pelo del papá caía por la espalda cubriéndole el cuello.
Me imaginé cómo era cada uno de ellos. Es posible que el muchacho estuviera metido en las drogas. Los padres parecían vivir la crisis de la mediana edad. Eran ricos y miserables y necesitaban consejería. Menos mal que me encontraba a la mano por si necesitaban consejo espiritual.
Después de unos pocos momentos, se presentaron. Estaba en lo cierto; eran de Nueva York. Pero en eso fue en lo único que acerté. Cuando les di mi nombre, se quedaron en una pieza.
—¡No podemos creerlo!—dijeron—. Hemos leído sus libros. Los usamos en la Escuela Dominical de nuestra iglesia. Traté de irle a escuchar cuando usted habló en nuestra área, pero aquella noche era la noche familiar, así es que …
¿Escuela Dominical? ¿Iglesia? ¿Noche familiar? ¡Qué cosa! Había cometido un error. Una tremenda equivocación. Puse la etiqueta antes de examinar el contenido.
Todos hemos usado etiquetas. Las pegamos en los pomos y en los archivadores para saber qué hay dentro. Por la misma razón se las pegamos a las personas.
Juan cuenta de una ocasión en que los discípulos pegaron una etiqueta. Jesús y sus seguidores se encontraron con un hombre ciego desde su nacimiento. Esta es la pregunta que los discípulos le hicieron a Jesús:
«Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres o por su propio pecado?» ( Juan 9:2 ).
Nadie se preocupa de que el hombre es un mendigo que necesita ayuda. Nadie se preocupa de que el hombre ha pasado toda su vida en una caverna de oscuridad. Nadie se preocupa de que el hombre sentado frente a ellos está a una distancia que puede oírles. Vamos a hablar de su pecado.
¿Cómo pudieron ser tan duros? ¿Tan insensibles? Tan … ciegos.
¿La respuesta? (Es posible que no te guste.) Es más fácil hablar de una persona que ayudarla. Es más fácil discutir sobre la homosexualidad que ser amigo de un homosexual. Es más fácil discutir sobre el divorcio que ayudar a los divorciados. Es más fácil discutir sobre el aborto que apoyar un orfanato. Es más fácil lamentarse sobre el sistema de ayuda social que ayudar a los pobres.
Es más fácil poner una etiqueta que amar.
Es especialmente fácil hablar de teología. Tales ejercicios nos hace sentirnos justos. Como los fariseos.Mientras confieso mis pecados, también debería confesarles otros.Tuvimos una discusión sobre esto en Brasil. Los misioneros discutíamos de si podíamos ofrecer la comunión a personas que no eran miembros de nuestra iglesia. ¿Nuestro razonamiento? ¿Qué pasaría si no eran fieles? ¿Si no fueran en realidad convertidos? ¿Si sus corazones no eran rectos? Si les ofrecíamos la comunión, podríamos estar llevándoles a comer el pan y a beber la copa indignamente, lo que equivalía a inducirles a pecar (véase 1 Corintios 11:27 ). Así es que decidimos que no participaran quienes nos visitaran por primera vez.
Pensamos que era lo mejor. Parecía justo. Pero aprendí una lección. Advierte lo que ocurrió. Esa misma semana un amigo me dijo que le gustaría visitar nuestra iglesia. A ese mismo amigo lo habíamos estado invitando durante semanas. Ese mismo amigo que no había manifestado interés, de repente se interesó. Al principio me alegré; luego, mi corazón se fue a pique. Le dije que podría asistir, pero que no podría participar en la comunión. No olvidaré mientras viva la expresión de su rostro mientras pasaba el plato a la persona sentada a su lado. Nunca volvió. ¿Podríamos culparlo? Pusimos la etiqueta antes de mirar adentro. ¿Significa eso que discutir sobre asuntos religiosos es malo? Por supuesto que no. ¿Significa que no deberíamos preocuparnos por la doctrina ni interesarnos por desear la santidad? De ninguna manera. Lo que significa es que las cosas no están bien cuando ponemos la etiqueta antes de examinar el contenido. ¿Te gusta cuando la gente te pone una etiqueta antes de conocerte?
- «Así es que estás sin trabajo, ¿eh?» (Traducido: Debe ser un flojo.)
- «Hmm, usted es contador, ¿verdad? (Traducido: ¡Qué cosa más aburrida!)
- «Ella es episcopal» (Traducido: Tiene que ser liberal.)
- «Ella es una episcopal que votó por los demócratas» (Traducido: Debe ser una liberal empedernida.)
- «Ah, perdone. No sabía que era divorciado» (Traducido: Debe ser un inmoral.)
- «Es un fundamentalista» (Traducido: Estrecho de mente y poca imaginación.)
Etiquetas. El otro día un señor me puso una. Estuvimos conversando sobre algunos asuntos de ética. En algún momento de nuestra charla me preguntó cuál era mi trabajo. Le dije que era ministro, a lo que él comentó: «¡Ah, ya veo!», y guardó silencio.
Quise decirle: «No, usted no ve nada. No me ponga en esa bolsa. No soy un ministro. Soy Max el que ministra. No me ponga en esa misma bolsa con todos esos sujetos e hipócritas que quizás conozca. No sería justo».
Etiquetas. Muy convenientes. Pégaselas a una persona y ya sabes qué compartimiento usar.
¿Qué dirías si Dios hiciera eso mismo con nosotros? ¿Qué dirías si Dios nos juzgara por nuestra apariencia externa? ¿Qué dirías si nos juzgara basado en el lugar donde crecimos? ¿O por lo que hacemos para ganarnos la vida? ¿O por los errores que cometimos cuando éramos jóvenes? Él no podría hacer eso, ¿verdad?
«No juzguéis a nadie, para que Dios no os juzgue a vosotros. Pues Dios os juzgará de la misma manera que vosotros juzguéis a los demás; y con la misma medida con que midáis, Dios os medirá a vosotros» ( Mateo 7:1–2 ).
Sé cuidadoso cuando juzgues. Eso no significa que no podemos discernir. Lo que sí denota es que no deberíamos dictar sentencia.
La cantidad de gracia que das es la cantidad que recibes.
Jesús tenía otra perspectiva del hombre que nació ciego. En lugar de verlo como una oportunidad para debatir, lo vio como una oportunidad para Dios. ¿Por qué era ciego? «Para que en él se demuestre el poder de Dios» ( Juan 9:3 ).
¡Qué perspectiva! El hombre no era víctima del destino; era un milagro a punto de ocurrir. Jesús no le puso etiqueta. Lo ayudó. A Jesús le preocupaba más el futuro que el pasado. ¿Con quién te identificas mejor en esta historia? Algunos se identificarán con el ciego. Tú has sido tema de conversación. A ti te han echado a un lado. Te han puesto una etiqueta.
Si es así, aprende lo que este hombre aprendió: Cuando todos te rechazan, Cristo te acepta. Cuando todos te abandonan, Cristo te encuentra. Cuando nadie se interesa por ti, Cristo te reclama. Cuando nadie está dispuesto ni siquiera a darte la hora, Jesús te dará palabras eternas.
Otros quizás se identifiquen con los observadores. Tú has juzgado. Tú has etiquetado. Has proclamado culpabilidad con el mazo del juez antes de conocer los hechos. Si ese es tu caso, vuelve a Juan 9:4 y trata de entender lo que es la obra de Dios: «Mientras es de día, tenemos que hacer el trabajo que nos ha encargado el que me envió».
¿Cuál es la obra de Dios? Aceptar a las personas. Amar antes de juzgar. Cuidar antes de condenar. Mirar antes de etiquetar.
Algunos de los que vivían en Jerusalén empezaron a preguntar:—¿No es éste al que andan buscando para matarle? Pues ahí está, hablando en público, y nadie le dice nada. ¿Será que verdaderamente las autoridades creen que este hombre es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde procede; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de donde procede.
Juan 7:25–27