¿Quién no estaría enojado?
La mayoría de las personas en esa situación de infidelidad estarían enojadas, pero no tendrían que estarlo si entendiesen el amor de Dios y supiesen que Él ya ha proporcionado un camino de salida de este tipo de angustia. El número de vidas que se ven arruinadas por medio del enojo y la falta de perdón es sorprendente. Algunos de ellos no saben qué otra cosa hacer, pero muchos de ellos son cristianos que sí saben qué hacer pero no están dispuestos a tomar la decisión correcta.
Viven según sus sentimientos, en lugar de avanzar y dejarlos atrás para hacer algo mejor. Se encierran a sí mismos en una cárcel de emociones negativas y avanzan con dificultad en la vida en lugar de vivirla de modo pleno y vibrante.
Sí, la mayoría de las personas estarían enojadas, pero hay un camino mejor: podrían hacerse un favor a ellas mismas y perdonar. Podrían sacudirse el desengaño y regresar a sus puestos en Dios. Podrían mirar al futuro en lugar de mirar al pasado. Podrían aprender de sus errores y proponerse no volver a cometerlos.
Aunque la mayoría de nosotros no nos encontramos en unas circunstancias tan difíciles como las de Susanna, sin duda no hay fin con respecto a las cosas por las cuales podemos enojarnos… el perro de la vecina, el gobierno, los impuestos, no recibir el aumento de sueldo que esperábamos, el tráfico, un esposo que deja sus calcetines y su ropa interior en el piso del baño, o los niños que no muestran agradecimiento alguno por todo lo que hacemos por ellos. Después están las personas que nos dicen cosas desagradables y nunca se disculpan, padres que nunca mostraron afecto, hermanos que eran favorecidos, acusaciones falsas, y la lista sigue y sigue con una interminable multitud de oportunidades por las que estar enojados, o bien perdonar y seguir adelante.
Nuestra reacción natural es la molestia, la ofensa, la amargura, el enojo y la falta de perdón.
¿Pero a quién hacemos daño al albergar esas emociones negativas? ¿A la persona que cometió la ofensa? A veces sí hace daño a las personas si las apartamos de nuestras vidas mediante el enojo, ¡pero frecuentemente ellas ni siquiera saben ni les importa que nosotros estemos enojados!
Vamos de un lado a otro preocupados con nuestro disgusto, reviviendo la ofensa una y otra vez en nuestra mente. ¿Cuánto tiempo has pasado imaginando lo que quieres decirle a la persona que te hizo enojar, a la vez que te disgustas aún más a ti mismo? Cuando nos permitimos a nosotros mismos hacer eso, en realidad nos hacemos mucho más daño a nosotros mismos que a quien nos ofendió.
Estudios médicos han demostrado que el enojo puede causar todo tipo de cosas, desde úlceras hasta una mala actitud. En el mejor de los casos, es una pérdida de precioso tiempo. Cada hora en que permanecemos enojados es una hora que hemos utilizado y que nunca regresará. En el caso de Susanna y su familia, ellos desperdiciaron años. Piensa en las veces que no estuvieron juntos debido a todo el enojo que había entre ellos. La vida es impredecible; no sabemos cuánto tiempo nos queda con nuestros seres queridos. Qué lástima es privarnos a nosotros mismos de buenos recuerdos y relaciones debido al enojo.
Yo también desperdicié muchos años estando enojada y amargada debido a las injusticias que me hicieron en los primeros años de mi vida. Mi actitud me afectó de muchas maneras negativas, y se transmitió a mi familia. Las personas enojadas siempre liberan su enojo con otra persona, porque lo que está en nuestro interior es lo que sale fuera. Puede que pensemos que hemos escondido nuestro enojo a todas las demás personas, pero finalmente encuentra una manera de expresarse. Las cosas que nos suceden con frecuencia no son justas, pero Dios nos recompensará si confiamos en Él y le obedecemos. Querer venganza es un deseo normal, pero no es uno que podamos permitirnos. Queremos que nos compensen por el daño realizado, y Dios promete hacer precisamente eso.
Pues conocemos al que dijo: «Mía es la venganza; yo pagaré»; y también: «El Señor juzgará a su pueblo». Hebreos 10:30
Este pasaje de la Biblia y otros parecidos me han alentado a soltar mi enojo y mi amargura y confiar en que Dios me compense a su propia manera. Te aliento encarecidamente a que des ese mismo salto de fe siempre que sientas que te han tratado injustamente.
Las personas a las que necesitamos perdonar normalmente no lo merecen, y a veces ni siquiera quieren ese perdón. Puede que no sepan que nos han ofendido, o podría no importarles; sin embargo, Dios nos pide que les perdonemos. Parecería indignantemente injusto a excepción del hecho de que Dios hace por nosotros las mismas cosas que Él nos pide que hagamos por los demás. Él nos perdona una y otra vez y sigue amándonos incondicionalmente.
Me ayuda a perdonar si tomo tiempo para recordar todos los errores que yo he cometido y para los que necesité no sólo el perdón de Dios, sino también el perdón de las personas. Mi esposo fue muy amable y misericordioso hacia mí durante muchos años mientras yo estaba pasando por un proceso de sanidad debido al trauma del abuso en mi niñez. Yo creo que “las personas dañadas hacen daño a otras personas”. Yo sé que hice daño a mi familia y que era incapaz de entablar relaciones sanas, pero sin duda no lo hacía a propósito. Era el resultado de mi propio dolor e ignorancia. Yo había sido herida, y lo único en que yo pensaba era en mí misma. Yo estaba dañada, y por eso hacía daño a otros. Realmente necesitaba comprensión, confrontación en el momento adecuado y gran cantidad de perdón, y Dios obró por medio de Dave para darme eso. Ahora intento recordar que Dios con frecuencia quiere obrar por medio de mí para hacer esas mismas cosas para alguna otra persona.
¿Has necesitado alguna vez perdón, de las personas y también de Dios? Estoy segura de que así ha sido. Recuerda esos momentos, y eso te permitirá perdonar cuando tengas que hacerlo.
Hazte un favor a ti mismo… PERDONA
Joyce Meyer