Una historia de salvación

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Una historia muy parecida a la nuestra. ¿Hemos estado, como la tripulación, desamparados? ¿Hemos, como la tripulación, orado? ¿Hemos sido, como la tripulación, rescatados por un visitante a quien nunca habíamos visto, mediante un sacrificio que nunca olvidaremos?

Es posible que hayas oído antes la historia de Rickenbacker. Quizás me la hayas escuchado. O la hayas leído en alguno de mis libros. Coreen Schweenk lo hizo. Ella estaba comprometida con el único miembro de la tripulación que no sobrevivió, el joven sargento Alex Kacymarcyck.

Con motivo de una reunión de la tripulación efectuada en 1985, la señora Schweenk supo que la viuda de James Whittaker vivía a sólo ciento treinta kilómetros de su casa.

Después de leer esta historia en mi libro In the Eye of the Storm [Enel ojo de la tormenta], sintió el impulso de escribirme. El verdadero milagro, me informaba, no fue un ave en la cabeza de Eddie Rickenbacker, sino un cambio en el corazón de James Whittaker. Lo más maravilloso es que ese día no se produjo el rescate de una tripulación,sino el rescate de un alma.James Whittaker era un incrédulo. El accidente aéreo no cambió su incredulidad. Los días en que enfrentaron la muerte no lo hicieron reconsiderar su destino. En realidad, la señora Whittaker le dijo que su esposo estaba cada vez más irritado con John Bartak, un miembro de la tripulación que leía constantemente su Biblia en privado y en alta voz. Pero sus protestas no detuvieron la lectura de Bartak. Ni la resistencia de Whittaker impidió que la Palabra penetrara en su alma. Sin saberlo Whittaker, se estaba preparando la tierra de su corazón. Poreso fue que una mañana, después de la lectura de la Biblia, una gaviota se paró en la cabeza del capitán Rickenbacker.Y en ese momento, Jim creyó.

Me reí cuando leí la carta. No de la carta. Creo cada palabra de ella.

No de James Whittaker. Tengo todo el derecho para creer que su conversión fue real. Pero no pude sino reírme … por favor, discúlpame …me reí de Dios.

¿No es eso típico de Él? ¿Quién iría a tales extremos para salvar un alma? Hacer tal esfuerzo para captar la atención de alguien. El resto del mundo se ocupa de Alemania y Hitler. Cada titular de los periódicos informa de las acciones de Roosevelt y Churchill. El globo está enfrascado en una batalla por la libertad … y en el Pacífico, el Padre se

ocupa de enviar una gaviota misionera para salvar un alma. ¡Ah, las distancias que recorre Dios para captar nuestra atención y ganar nuestra devoción!

En 1893 Francis Thompson, un poeta católico romano, describió a Dios como el «Perseguidor del cielo»:

Huí de Él, durante la noche y en el día;

Huí de Él, en el curso de los años;

Huí de Él, por los intrincados caminos

De mi propia mente; y en medio de las lágrimas

Me escondí de Él, y bajo el rumbo de la risa,Subí velozmente por las esperanzas .Y disparado como un tiro Por oscuridades titánicas. 1

Thompson se refiere a Jesús como «ese tremendo amante, buscándome con su amor». Jesús sigue con «tranquila persecución y paso imperturbable, velocidad reflexionada, solícita majestad». Y al final, Jesús habla, recordándonos: «Ay, no sabes cuán poco digno eres de cualquiera expresión de amor. ¿A quién encontrarás que ame a ser tan indigno, salvo yo, salvo únicamente yo? Por lo cual, lo que quité de ti lo quité no por tu mal, sino para que lo buscaras en mis brazos». 2

¿Tienes espacio para un cuadro así de Dios? ¿Puedes ver a Dios como el «tremendo amante, buscándonos con su amor»? Durante la primera semana del ministerio, Jesús llamó a sus primeros discípulos. ¿Por qué vienen? ¿Quién influyó para que hicieran su decisión? Nota los verbos

asociados con Jesús en Juan 1 :

Jesús se volvió … v. 38

Jesús les preguntó … v. 38

Jesús les contestó … v. 39

Jesús le vio … v. 42

Jesús decidió … v. 43

Jesús encontró … v. 43

Está claro quién hace el trabajo. Si alguien está en Cristo, es porque Él lo ha llamado. Cristo puede usar un sermón. Puede inspirar una conversación. Puede hablar a través de una canción. Pero en todos los casos, es quien llama.

Max Lucado

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